Después de una larga y
obligada espera, después de tres celebraciones anuales anuladas podemos por fin
celebrar el anunciado Encuentro y comida que hemos dado en llamar de OTOÑO. Aquí
estamos hoy sábado 5 de octubre dispuestos a recuperar si no todo, un poco
del tiempo perdido, una celebración que
nos llene de energía para retomar los Encuentros anuales de tantos recuerdos
que nos llevan a un pasado pletórico de energía desbordante.
Amanece un día bueno de
sol radiante y cumpliendo con el programa poco a poco nos vamos acercando al
lugar de cita acostumbrado, ese núcleo de cafeterías del acceso al barrio. Javier
Uría nos vino desde Mallorca, para los demás asiduos que están en otras tierras
la presencia resultaba un poco más complicada y no fue posible, tiempo habrá.
Como siempre, se
repiten los saludos y los abrazos esta vez largamente esperados, nos
interesamos por cómo les va la vida a unos y a otros, lamentamos los malos
momentos por los que la vida nos lleva, nos alegramos por la recuperación de
los que pasan por momentos delicados y
lamentamos la siempre triste partida de
quienes por el virus o el desgaste de vivir no volverán, aunque seguro, seguro,
seguirán en nuestro recuerdo para siempre, así es la vida y así tenemos que
vivirla.
La cita fue precipitada,
poco tiempo para organizar y decidir pero con todo hemos sido capaces de
juntarnos a la mesa 47 de aquellos guajes, nenos y nenes y otros 9 hubieron de
desistir por repentinos problemas médicos pasajeros: el virus que todavía colea
y algún viaje ineludible e inesperado, algo corriente, es difícil conseguir el
pleno.
La proximidad del Restaurante-parrilla
Puerto de Pinos facilitó el trabajo de organización al no ser necesario la
contratación del transporte, del barrio a allá son cuatro pasos. Lo importante
era celebrar ya y se prescindió del bollu preñau, el reparto del DVD que recoge
la celebración del último año, que se distribuirá en la celebración normal del
próximo mayo y el baile que no podrá ser por lo apretado del local, hay pocos
sitios en Mieres donde organizar de forma holgada una celebración más numerosa.
A la hora prevista iniciamos
el ritual acostumbrado, visitamos la estatua del Pirulero de nuestros recuerdos
de infancia y de seguido, de camino al restaurante, nos detuvimos en el hito del
homenaje a los emigrantes del barrio y por extensión a todos cuantos se vieron
obligados a dejar la tierra donde habían nacido y salir en busca de un futuro más
prometedor.
Llegados a destino, de
seguido percibimos el buen olor del cordero bien cocinado y fuimos tomando asiento
en un espacio menor que el habitual, y lo llenamos. La comida fue buena,
haciendo honor a su merecida fama, el servicio ejemplar, la camaradería plena
con gratas demostraciones de afecto. Comimos, bebimos, reímos y recordamos con
nostalgia los dulces años de infancia y juventud. Es bueno, muy bueno compartir
una jornada, aunque sea de año en año con aquellos que te acompañaron en la
aventura de hacernos hombres y mujeres. A los postres, unas palabras para
recordar que en el próximo mayo se cumplirán 25 años de nuestra primera cita y
aventurar algún tipo de celebración. Todo lo bueno tiene su fin y a eso de las
8 dimos por terminada la fiesta despidiéndonos hasta ese próximo mayo de
primavera florida y perfumada. Habrá que celebrar bien esos 25 años.
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