Después de una larga y obligada espera, después de tres celebraciones anuales anuladas podemos por fin celebrar el anunciado Encuentro y comida que hemos dado en llamar de OTOÑO. Aquí estamos hoy sábado 5 de noviembre dispuestos a recuperar si no todo, un poco del tiempo perdido, una celebración que nos llene de energía para retomar los Encuentros anuales de tantos recuerdos que nos llevan a un pasado pletórico de energía desbordante.
Amanece un día bueno de sol radiante y cumpliendo con el programa poco a poco nos vamos acercando al lugar de cita acostumbrado, ese núcleo de cafeterías del acceso al barrio. Javier Uría nos vino desde Mallorca, para los demás asiduos que están en otras tierras la presencia resultaba un poco más complicada y no fue posible, tiempo habrá.
Como siempre, se repiten los saludos y los abrazos esta vez largamente esperados, nos interesamos por cómo les va la vida a unos y a otros, lamentamos los malos momentos por los que la vida nos lleva, nos alegramos por la recuperación de los que pasan por momentos delicados y lamentamos la siempre triste partida de quienes por el virus o el desgaste de vivir no volverán, aunque seguro, seguro, seguirán en nuestro recuerdo para siempre, así es la vida y así tenemos que vivirla.
La cita fue precipitada, poco tiempo para organizar y decidir pero con todo hemos sido capaces de juntarnos a la mesa 47 de aquellos guajes, nenos y nenes y otros 9 hubieron de desistir por repentinos problemas médicos pasajeros: el virus que todavía colea y algún viaje ineludible e inesperado, algo corriente, es difícil conseguir el pleno.
La proximidad del Restaurante-parrilla Puerto de Pinos facilitó el trabajo de organización al no ser necesario la contratación del transporte, del barrio a allá son cuatro pasos. Lo importante era celebrar ya y se prescindió del bollu preñau, el reparto del DVD que recoge la celebración del último año, que se distribuirá en la celebración normal del próximo mayo y el baile que no podrá ser por lo apretado del local, hay pocos sitios en Mieres donde organizar de forma holgada una celebración más numerosa.
A la hora prevista iniciamos el ritual acostumbrado, visitamos la estatua del Pirulero de nuestros recuerdos de infancia y de seguido, de camino al restaurante, nos detuvimos en el hito del homenaje a los emigrantes del barrio y por extensión a todos cuantos se vieron obligados a dejar la tierra donde habían nacido y salir en busca de un futuro más prometedor.
Llegados a destino, de seguido percibimos el buen olor del cordero bien cocinado y fuimos tomando asiento en un espacio menor que el habitual, y lo llenamos. La comida fue buena, haciendo honor a su merecida fama, el servicio ejemplar, la camaradería plena con gratas demostraciones de afecto. Comimos, bebimos, reímos y recordamos con nostalgia los dulces años de infancia y juventud. Es bueno, muy bueno compartir una jornada, aunque sea de año en año con aquellos que te acompañaron en la aventura de hacernos hombres y mujeres. A los postres, unas palabras para recordar que en el próximo mayo se cumplirán 25 años de nuestra primera cita y aventurar algún tipo de celebración. Todo lo bueno tiene su fin y a eso de las 8 dimos por terminada la fiesta despidiéndonos hasta ese próximo mayo de primavera florida y perfumada. Habrá que celebrar bien esos 25 años.
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