Uno cuando habla recordando a su barrio no puede por menos de tratarle con afecto, como algo muy querido, pues en él y en la escuela se fueron desarrollando y modelando la amistad, la convivencia, el compañerismo, la solidaridad; una buena parte de los valores que le han de acompañar durante toda su vida.
Rescatando un poco de su historia empezaré recordando los hechos que dieron lugar a la creación de los barrios obreros allá por la mitad del siglo XX y por consiguiente al de Santa Marina, mi barrio. Su creación coincide con la del hermano de la zona norte, el de San Pedro al que siguió muy de cerca en su construcción. Este tipo de edificaciones surge como consecuencia del desarrollo de la ley de fecha 19-4-1939 en la que se aprueba y regula la construcción por todo el territorio nacional de las llamadas Viviendas Protegidas de cuyo desarrollo se encarga al Instituto Nacional de la Vivienda (INV) creado al efecto. La intención es la de aliviar las condiciones de vida, ofreciéndoles una vivienda digna, de estos colectivos de renta baja y nula posibilidad de compra de la vivienda libre, ofreciéndose en régimen de alquiler, agrupadas en barrios de arquitectura peculiar inconfundible conocidos como “barrios obreros”.
La fuerte escasez de viviendas para las familias trabajadoras, no sólo de la región sino de toda España, que en la década de los cuarenta habían arribado a Mieres en busca de un futuro mejor atraídos por las ofertas de empleo en tiempos de penuria en los centros mineros y de la factoría de Fábrica de Mieres, hoy ya desaparecida y situada en lo que conocemos como Polígono Industrial del mismo nombre, fueron la causa de que algo más de 800 de esas viviendas conformaran el barrio.
Se decide su ubicación en una franja rectangular de poco más de 400 x 200 m. en la zona sur del centro urbano en terrenos de aluvión próximos a la margen derecha del río Caudal que le abraza por el oeste; por el este lo limita el curso del arroyo Duró; por el norte, el mismo arroyo en cuyo tramo popularmente se le conoce como La Canal y al sur, el resto de terrenos de aluvión del río de fácil inundación conocidos como Los Llerones y que hoy son ocupados por el barrio de Vega de Arriba.
Poco a poco se van levantando los 17 pabellones en disposición rectangular abierta formando patios interiores, alineados en cuatro calles longitudinales y cuatro transversales. Las barreras ferroviarias y el discurrir del arroyo Duró, hacían que el mejor acceso fuera el de la zona norte que partiendo del paso a nivel, también desaparecido, del Ferrocarril del Vasco, recorría la arboleda central existente en la calle General Fernández Ladreda y nos adentraba en el barrio. Rebasada La Canal, los pabellones se abrían a nuestros ojos a izquierda y derecha, en una calle central más ancha con amplios espacios terrosos, sin hierba, en los que se alineaban espaciados árboles de pequeño porte; con estrechas aceras en la línea de las edificaciones y en las salidas de los portales. Rebasado el primer pabellón, un ensanchamiento a la izquierda conformaba la Primera Plaza en la que más tarde se ubicaría el mercado local o Placina, pequeño mercado de barrio, donde los guajes acudíamos diligentes a los mandados de nuestros mayores. El pescadero, el carnicero, las tiendas de ultramarinos, el panadero… allí todo junto en aquel espacio a semejanza del más amplio y surtido mercado de abastos del centro de Mieres. ¡Cómo gusta recordar a aquellas gentes de todos y por todos conocidos y muchos de ellos vecinos del barrio! Seguimos calle arriba y al final, otro espacio se abre simétrico, desaparecido con la reforma del año 1967, dando forma a lo que conocíamos como Plaza Segunda, plaza de soportales cerrada al fondo y rematada por una edificación más alta a la que conocíamos como La Casona y que se adornaba con balconada en su parte baja, coronado su tejado por una veleta con acertada silueta de minero en actitud de trabajo. En el centro de la plaza, una farola de amplia base pétrea sin pulir, un único mástil y tres brazos, muy similar a la que existe en la plaza del Carmen en La Villa, en medio de un espacio mixto de tierra y aceras servía de lugar de reunión durante el día y por las noches iluminaba tenuemente, así eran las luces antes, el entorno. Las edificaciones se constituían en alturas de bajo y uno o dos niveles salvo la mencionada Casona que llegaba hasta los cuatro, en los que como en el resto del barrio, los bajos también son habitables. Algunos de los pisos altos de los pabellones lucían balcones corridos abiertos que sumaban espacio a las viviendas Los patios interiores de los pabellones, amplios, con zonas de pradera, albergaban las carboneras y los tendales para el secado de la ropa y eran también lugar de recreo de los guajes. En los pabellones de la parte del río, los patios, estos abiertos, gozaban de una pradera que las mujeres aprovechaban para poner la ropa “al verde” y una hilera de chopos marcaba el límite por el comienzo del muro y la escollera que daba cauce al río.
Disfrutábamos en el barrio de los pequeños quioscos de chucherías, los “Carrinos”, verdaderos bazares donde se exhibían todos los pequeños artículos en los que los críos nos gastábamos la menguada “calderilla” que la visita de un familiar y el premio de alguna buena acción nos permitía reunir; unos de madera y otros construidos de ladrillo, en número de seis se distribuían entre el tramo que desde La Canal se extendía hasta La Placina; uno de ellos, el de Tina, el Escorialín, aún mantiene la actividad.
También contaba con equipamiento escolar, las conocidas Escuelines, un edificio de considerables dimensiones con amplios patios de recreo, que también se usó como iglesia y hoy es aprovechado como Centro de Educación de Adultos. Andando el tiempo también se levantó la definitiva iglesia de la que se han cumplido ya los cincuenta años de los inicios de las obras.
Esta era la fisonomía de nuestro barrio que perdura en la memoria de todos los Guajes. Por él corrimos, nos fuimos haciendo mayores enfrentándonos a la vida, con alegrías y alguna pena y es una satisfacción volver a pasear sus calles y plazas mientras escenas de aquellos tiempos van pasando por la mente cual si se tratara de una película en la que uno es protagonista. Aunque cambiado, ahí está y rezuma recuerdos… ¿Quién no le quiere?